Brandford Marsalis en Projazz

Branford Marsalis (1960) es el hijo mayor de una familia que ha sabido imponer a fuego su nombre en las artes a nivel mundial: tres hermanos son músicos de jazz (Wynton, ¿requiere más presentación?), su hermana Ellis es poetisa y fotógrafa y el patriarca, Ellis Marsalis Jr., un reconocido pianista.

Branford llegó a Chile para presentarse en el Festival de Jazz de San Bernardo, y solo horas después de aterrizar su manager confirmó que la estrella nos visitaría en Projazz, para dar una master class exclusiva a toda nuestra comunidad de estudiantes y profesores.

Branford tuvo la delicadeza de responder cada una de las preguntas, por simples que parecieran, con una sorprendente lucidez y humildad. Tocó su saxo soprano con la misma intensidad con que la que lo habría hecho en un teatro o frente a miles de personas. Se extendió mucho más allá de lo esperado y aceptó feliz sacarse fotos con todos.

Lecciones de aprendizaje 1: Cuidado con Art Blakeu: Grow some balls!

En 1980, cuando Branford tenía 20 años y todavía estudiaba en la Berklee College of Music, se unió a la banda del legendario baterista Art Blakey, de 61 años en ese momento, para su tour por Europa. Algunas lecciones que Marsalis aprendió del período con Art Blakey:

Cuando Branford acercó el micrófono a la boca del saxofón Blakey de inmediato le llamó la atención, diciéndole que para conseguir el sonido más potente debía aprender a tocar lo más lejos posible del micrófono.

Durante una presentación en vivo, Blakey tocaba cada vez más fuerte la batería. A su vez, Marsalis iba tocando más fuerte y así iban subiendo sus volúmenes. En la refriega Blakey le gritaba desde atrás: “¡¡¡No te escucho!!!, ¡¡¡Hazte hombre!!!” (¡¡¡grow some balls!!!). Ese día Branford se bajó del escenario humillado, pero esa lección, de quien aún reconoce como su gran maestro, lo impulsó a conseguir el sonido que muestra hoy.

Cuando Blakey se dio cuenta que Marsalis no tenía muchas referencias de los grandes músicos de jazz, en su muy particular estilo le sentenció: “Si no escuchas a los grandes maestros sólo tocarás  «like a shit”.

Lecciones de aprendizaje 2: La historia parece cuento chino, pero es cierta

Siguiendo la sugerencia del maestro Blakey, Marsalis se lanzó a la búsqueda de un sonido propio a través de la investigación.

El camino de Marsalis fue más o menos así (en una época sin internet, ni mp3, ni menos registros en CD):

Comenzó a imitar el estilo de John Coltrane (1926- 1967). Cuando Art lo escuchó le dijo algo como “¿Qué estás haciendo? ¿Crees que Coltrane en sus comienzos escuchaba una versión futura de sí mismo? ¡Lo que tienes que hacer es escuchar a los maestros que escuchaba Coltrane!”. Corto.

Luego de investigar sobre los referentes de Coltrane, descubrió que debía centrarse en grabaciones donde tocara Benny Golson (1929). Nuevamente le advierte Blakey: “¿Y sabes cómo construyó Golson su sonido?”. Otro desafío.

Marsalis se empeñó en buscar algún registro de Johnny Hodges (1907-1970), a su vez mentor de Golson. Hodges fue saxofonista de la banda de Duke Ellington desde fines de los años 20. No había registro en tiendas de discos. Finalmente encontró una grabación pirata del año 1942 (Duke Ellington + banda tocando en una estación de radio de North Dakota). Se impresionó tanto con lo que escuchó en Johnny Hodges que no pudo dejar de oír ese disco por los próximos cuatro meses. Marsalis sacó todos los solos.

Como aún le quedada mucha energía y paciencia, Branford consultó con su padre, Ellis Marsalis (1934), pianista y profesor de música en New Orleans, cómo podría avanzar más en sus investigaciones musicales: este le aclaró que tanto Golson como Hodges (los músicos que Branford venía estudiando) lo más probable es que hubieran escuchado al clarinetista y saxofonista Sidney Bechet (1897-1957). Y entonces su padre le reveló algo más: que si quería de verdad tocar Bebop, tendría que primero escuchar y dominar el Swing.

Y así el Bebop se le reveló a Branford como nunca antes.

Un difícil comienzo en un medio competitivo

Branford contó que cuando llegó a Nueva York en los años 80, había pocos lugares para tocar y, en contraste, una enorme cantidad de músicos ansiosos: tanto así que había que hacer cola para llegar al escenario de un club de jazz y, una vez ahí, cada músico solo lograba tocar un par de temas. Ante esa realidad, Marsalis decidió instalarse en la 6ta Avenida con un grupo de amigos a tocar en la calle a cambio de las monedas que les dejaban en un sombrero. Lograron convocar una audiencia fiel que llegaba a escucharlos y les retribuía, hasta que la dueña de uno de los locales que
quedaba cerca los invitó a tocar formalmente dentro de su club.

Cuando preguntaron el monto del pago, la señora les dijo que en un comienzo –y para probar– tendrían que tocar gratis, ante lo cual accedieron. A las pocas semanas, y ante el evidente aumento de la concurrencia para escucharlos en el club, la dueña les propuso un pago de 25 dólares por show. ¿Por músico? Le preguntaron entusiasmados (era buena plata); “No, por la banda”.

La banda no se desanimó: se alegraron pensando que habían creado algo desde la nada y ahora solo les quedaba un objetivo por delante: ser mejores. Desde ese momento Branford Marsalis, en sus propias palabras afirma: “¡no deja de sorprendeme y de agradecer el hecho de que me sigan llamando para tocar!”.

 

 

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