Simon Rattle: «Lo importante es que la música llegue a toda la sociedad»

Cuando aún sigue viva en el recuerdo su gira de despedida de la Filarmónica de Berlín, el director inglés se presenta en el Festival de Santander al frente de su nueva casa, la London Symphony.

Tras una despedida siempre llega una bienvenida y luego otra despedida y otra bienvenida y así sucesivamente. Pero nunca nos acostumbramos a la emoción de esos momentos, como si lo más importante es lo que empieza o lo que termina. 2018 será, efectivamente, un año muy emocional para Sir Simon Rattle (Liverpool, 1955): el de su gira de despedida frente a la Filarmónica de Berlín y el primero en el que se dedicará exclusivamente a su nueva casa, la London Symphony Orchestra(LSO), después de una temporada compatibilizando su puesto como director principal de la institución berlinesa con el de director artístico de la formación londinense.Si hace dos meses le veíamos en España al frente de la Filarmónica, traído por Ibermúsica, antes de ese gran concierto final en Berlín tocando la Sexta de Mahler, ahora regresa acompañado de la Symphony con dos recitales en el Festival de Santander, este martes y miércoles. El primer concierto está dedicado en exclusiva a otra sinfonía de Mahler, la Novena, mientras que el segundo repertorio incluye las Danzas eslavas Op. 72 de Dvorák, la suite Ma mére l’oye de Ravel y la Sinfonietta de Janácek.

¿Cómo está siendo para usted, en términos emocionales, esta temporada musical?

Hemos tenido una hermosa gira de despedida con la Filarmónica de Berlín. Por supuesto, muchas de las cosas que hicimos las hicimos por última vez. Pero, al mismo tiempo, sentía la emoción que se siente ante una nueva relación, con un nuevo tipo de agrupación musical, la London Symphony Orchestra: un grupo extraordinario, virtuoso y muy abierto. Es un sabor diferente de orquesta, pero la he encontrado increíblemente viva e intensa. En ese sentido, estoy entusiasmado ante la posibilidad de un nuevo comienzo.

Parece como si la sucesión se hubiese producido de una forma extrañamente veloz. ¿No le habría gustado tener un tiempo para usted entre un proyecto y otro?

De algún modo, las circunstancias requirieron que yo empezase antes en Londres. Simplemente porque Valery [Gergiev] dejó la orquesta sin avisar. Aunque eso fue ya en 2015, sentía que la orquesta necesitaba un cuidado especial. Es verdad que, normalmente, no compatibilizaría la dirección de dos formaciones, como he hecho el último año. Pero pensé que era muy importante para la Symphony, para que todos decidiésemos ir juntos en la misma dirección. Al mismo tiempo, no hay nada malo en no querer llegar al límite al final de 16 años; es más, fue maravilloso notar que había algo más floreciendo mientras tanto. Fue algo fortuito, pero al final el resultado fue excelente, gracias a que este último año básicamente sólo he dirigido en Londres y Berlín.

Antes hablaba de sabores. Suele comparar el paso de Berlín a Londres en términos enológicos. ¿Podría explicarlo?

Berlín es un vino tinto excelente, mientras que Londres es uno blanco genial. Y es maravilloso poder conseguir colores muy diferentes de cada una. Con la London Symphony hemos tocado la Novena de Mahler unas 10 veces en esta temporada y lo que más me sobrecoge es la intensidad desesperada con que la tocan. Es una orquesta sin arrogancia, que no habla de su gran tradición musical, aunque, por supuesto, tienen la suya. Mira hacia delante y, en cada concierto, esa intensidad va en aumento, a medida que encuentran las conexiones con el repertorio.

Aparte de Mahler, en Santander tocarán un segundo set de música de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

 Es una música estupenda para esta formación. Una de las cosas que más me ha gustado en los últimos años ha sido descubrir estas colecciones de danzas de Dvorák y presentarlas como una pieza única. Es algo que raramente se hace, incluso cuando una o dos de estas composiciones sean bien conocidas. Pero cuando las escuchas agrupadas, es un viaje completamente distinto. Aunque la última danza de nuestro repertorio supone un diferente tipo de despedida que la que ofrece la Novena de Mahler, hay una extraña melancolía. Particularmente en nuestro segundo repertorio, hay un arco muy amplio de emociones, y será algo muy interesante sobre lo que trabajar a lo largo de este año.

¿Y respecto a Ravel?

Naturalmente, al ser la LSO la orquesta de Pierre Monteux durante un tiempo, todavía tiene una afinidad inmediata y natural con la música francesa y esa clase de sonidos.

¿Diría que este tipo de sonido es el que podría identificar su etapa al frente de la LSO? ¿O le interesa explorar territorios más alejados?

Como cualquier gran orquesta, ésta puede ser enormemente versátil. Hay ciertas áreas, como las danzas de Dvorák, que encajan perfectamente con ella, pero no sé cuándo podrán tocar el conjunto completo. Incluso cuando estaba en Berlín, tenía un estupendo intérprete checo de fagot que me decía que había piezas de ese ciclo que no había tocado en todos los años que había estado con la Filarmónica de su país.

¿Le interesa dar preponderancia a unos compositores respecto a otros?

Lo bueno de trabajar con músicos así es que puedes hacer que se expandan en diferentes direcciones y rápidamente te darás cuenta de que la manera de hacer cada pieza del repertorio en ese camino afecta al resto. Y que, al final, no puedes tocar Bach del mismo modo en que lo haces con Bruckner. Necesitas que estos compositores se ayuden unos a otros y también en el otro sentido. Por eso me atrevo a decir que no hay límites que esta orquesta no pueda alcanzar. Están preparados para cualquier cosa y por eso es una aventura excitante.

Siempre se ha mostrado muy interesado en el aspecto educativo de la música, especialmente en su relación con la infancia y la juventud. Ésta es una de las huellas más importantes que ha dejado a su paso por la Philharmoniker. ¿Y en Londres? ¿Cuál es el objetivo de sus proyectos educativos?

Lo importante es que la música alcance a toda la sociedad. En Londres es algo que llevamos haciendo 25 años, mientras que en Berlín fue algo completamente nuevo; he de decir que raramente se habían preocupado de ello, así que tuvimos que hacer todo tipo de proyectos diferentes. Al ser parte de los cimientos de la London Symphony desde hace mucho tiempo, de forma permanente y sin llamar la atención, se ha trabajado en aspectos como los coros de los diferentes distritos de la ciudad. De esa forma, están atrayendo a una enorme cantidad de niños cada temporada.

¿Dónde diría que se establece el salto de lo didáctico a lo social?

Creo que una orquesta moderna debe involucrar e involucrarse, en vez de, simplemente, ponernos enfrente. Ayudar a la gente a hacer cosas, y no sólo darles la posibilidad de experimentarlas. En definitiva, que el público no sea una masa de oyentes pasivos, sino que puedan montar sus propios proyectos. Estoy feliz de haber contribuido en Berlín a llevar todo esto un poco más a esa parte de Europa.

Aunque se sigue viendo a la música clásica como encerrada en su torre de marfil, ajena a los problemas del mundo y gueto de ricos, usted se sigue empeñando en romper este estereotipo. ¿Por qué?

La música cura, la música reúne a la gente, la música ayuda al entendimiento. Por encima incluso de la palabra hablada, es una forma de comunicación que puede unirnos de formas que otros medios no pueden. Si colaboras con alguien, lógicamente tienes que comunicarte a través de la música. Respecto al tema de la inmigración, toda Europa tiene un enorme reto por delante en estos días y la música puede jugar un gran papel en ello. Recuerdo especialmente aquella velada en Berlín dando la bienvenida a los refugiados: fue un gesto de una noche, y cada orquesta ha tenido sus propios métodos de tratar este asunto, pero he de decir que en contadas ocasiones he sentido una intensidad de escucha de cualquier público, gente que había ido a festivales de clásica y gente que no había escuchado una nota antes. Algo inolvidable.

Fuente: http://www.elmundo.es/cultura/musica/2018/08/13/5b70b3b7268e3e4d238b462c.htmlFoto: DOUG PETERS

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