Ayer fue el reggaetón, hoy es el trap y mañana será el electro hashtag zumba, imaginamos. Como sea, siempre el Festival de Viña del Mar alza sus antenas hacia lo que se está escuchando y lo da en generosas raciones. Hace tres décadas, en los estertores de la dictadura, el «rock latino» ocuparía un espacio destacado, frente a la mirada cautelosa de las autoridades que aceptaron a regañadientes un poco de maquillaje, letras sospechosas y raros peinados nuevos.
Pónganse en los zapatos de Eddie y verán que no fue fácil. O en su algo apretada chaqueta, si no es suficiente. Puntualmente exitoso a fines de los 70s, el estadounidense Eddie Money vivía una inesperada resurrección en 1986 con su single “Take me home tonight”, acompañado de la leyenda Ronnie Spector en los coros. Y como las estrategias de los managers son insondables, Febrero del año posterior lo encontraba en un lugar exótico como Chile, específicamente en el Festival de Viña del Mar, transformado en uno de los números internacionales.
Eran tiempos en que los extranjeros actuaban dos veces en la Quinta Vergara, lo que permitía medir el impacto sobre la marcha. Luego de un primer día tibio, Eddie, alguna vez estrella importante, salió confiado al escenario, pero se encontró nuevamente con la abulia general. Algún aplauso aislado, dentro de la expectativa masiva frente a la segunda actuación de la banda más famosa del momento: los argentinos Soda Stereo. Algo molesto, el norteamericano tuvo palabras de desprecio hacia sus compañeros de jornada. La prensa, en una época con sensibilidades diversas, aludiría a su excesivamente saludable contextura física, como respuesta. “Representante del rock guatón”, decidieron llamarlo.
En todo caso, nada que pudiese hacer Eddie, ni ningún otro en aquellos momentos. Luego de un año y medio de difusión masiva en los medios nacionales, el “rock latino” vivía su apogeo máximo. Con el impulso primero de Charly García y su mítico concierto en el Teatro Gran Palace en 1984, la fértil cantera de músicos “modernos” trasandinos (Virus, G.I.T, Miguel Mateos) daba material abundante, que se sumaba al incipiente movimiento local. Por ello, lo más lógico era la invitación a la Quinta Vergara a algunas de esas figuras. Siempre bajo la atenta mirada de la censura gubernamental, por cierto.
En el verano de 1987, Soda Stereo acumulaba tres discos en su carrera, logrando evolucionar musicalmente, mientras aumentaba el impacto comercial y crítico. Signos (CBS, 1986) había vencido las resistencias de la prensa frente a la primera etapa “divertida” de la banda, mientras que los rankings recibían nuevos éxitos como “Profugos” o “Persiana Americana”. Si en Argentina comenzaba tranquilamente la consolidación, en Chile aquello se llamaba Sodamanía, con una cobertura tan enorme que alcanzaba incluso al músico de apoyo, el tecladista Fabian Von Quintiero, quien compartía posters y entrevistas con los titulares Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti.
Las macizas presentaciones de Soda Stereo, extrañamente, no fueron coronadas con el máximo de premios posible. Quizás la frialdad de Cerati al recibir la Antorcha de Plata en la primera noche (sin desmayarse, ni prometer descendencia con nombre de la ciudad) impidió el visto bueno final requerido de la alcaldesa Eugenia Garrido en la segunda jornada. Mejor suerte en este circo romano tuvieron los otros invitados trasandinos, los curtidos en muchas batallas, G.I.T.
Reunidos como banda de acompañamiento de Charly García entre 1983 y 1985, Pablo Guyot, Willy Iturri y Alfredo Toth, acumulaban un historial previo de peso (Los Gatos, Raúl Porchetto, Miguel Mateos) al momento de unir fuerzas y escuchar atentamente los discos de The Police. Una engañosa simplicidad (excelentes instrumentistas todos), el poco pudor de repetir estribillos cual mantras (dirigirse a “Siempre fuiste mi amor” o “Aire de todos” para comprobarlo) y aquel sonido de batería de cocina, cortesía del productor Gustavo Santaolalla; los transformaron en otro de los grandes nombres de aquellos años y carta fija en la Quinta Vergara.
Con dos shows concisos y obviando un par de letras políticas que tenían en el repertorio como “Toque de queda” o “Aventura Nocturna”, G.I.T lograron las dos antorchas posibles y permitieron que los medios fantasearan con una (ficticia) batalla a muerte por el cariño chileno con Soda Stereo. Un año más tarde, quienes repetirían impacto y buenas maneras serían los mendocinos Enanitos Verdes, que tocaron en vivo buena parte del repertorio de las fiestas de la época, ya fuesen los rápidos “La muralla verde” o “Te ví en un tren”, o el lento “Tus viejas cartas”. Un poco de tranquilidad para la misma alcaldesa, quien veía como a meses del Plebiscito se enviaban desde el escenario saludos de solidaridad con amenazados políticos, cortesía de Richard Page, vocalista de Mr Mister.
Creemos que lo queremos
“Super Rock” se llamaba y comenzó como una extensión de la revista “Vea” para transformarse en el canal oficial del “rock latino” en Chile. En formato pequeño, casi siempre en blanco y negro, y con escasísimos medios económicos, como contaba su director Eduardo Sepúlveda en el sitio Museo de Revistas Chilenas; llegó a vender 60 mil unidades en su mejor momento. Si bien alguna vez se entrometió alguna nota a The Smiths o The Cure en sus páginas, lo central siempre fue el movimiento, en un amplio espectro que incluía desde sesudos análisis a los discos de las bandas hasta, por qué no, el color de pelo y ojos de Charly Alberti.
A pesar de las limitaciones de producción, la revista permitió difundir a bandas chilenas que no contaban con el apoyo de los medios oficiales, sobre todo al grupo más importante, Los Prisioneros. Ellos, aun con el antecedente de las ventas históricas de sus dos primeros cassettes, no fueron invitados a Viña 87. Sus letras, el apoyo popular y la imprevisibilidad de Jorge González eran un coctel que la alcaldesa no se quería tomar meses después del atentado a Pinochet, con la represión social reactivada fuertemente. En cambio, se optó por dos números nacionales: primero, una incorporación reciente al sello EMI que presentaba ventas en ascenso y segundo, una banda efectivamente conocida, sin complejidades políticas a la vista.
El homónimo disco de Upa! de 1986 y el sucesor Que nos devuelvan la emoción (EMI, 1988), deben de estar entre los mejores trabajos de aquellos años y contienen varios clásicos del rock nacional. Pero nada de ello era de conocimiento público en Febrero de 1987 cuando pisaron la Quinta Vergara, con la carga de ser los “reemplazantes de Los Prisioneros” y se enfrentaron a una audiencia que los miro con desgano. Todo podría haber sido peor para una banda con sólo un par de singles en las radios. Pero también mejor, qué duda cabe, si los hubiesen invitado algunos años después.
Por su parte, Cinema, con su uniforme de jardineras, proclamaron felicidad y locura rayada al ritmo de varios hits radiales que acumulaban en su par de años de existencia. Nada, eso sí, que convenciera del todo a su vocalista Alvaro Scaramelli, quien disolvería la banda tan rápida y eficientemente, que el año posterior lo encontraría en el mismo escenario tocando los temas de su primer disco solista Mi Tiempo Interior (Musicavisión, 1987).
También en 1988 actuarían los jovencísimos Nadie, que con el aval de hits como “Creo que te quiero” o “Ausencia”, entregaron un espectáculo correcto, que consiguió Antorcha, pero que estuvo minado por un claro nerviosismo que los llevó a acelerar el repertorio más de la cuenta. Quienes, por su parte, sufrirían los primeros indicios de la muerte del movimiento serían Pancho Puelma y Los Socios, ya que no sólo fueron cambiados de fecha de presentación algunos días antes, sino que entraron a escena luego de las 3 de la mañana, siendo cortados rápidamente de la transmisión televisiva.
Y de Los Prisioneros, ni rastro, hasta 1991 en una suerte de “reivindicación” en años de incipiente democracia. Pero Jorge González, que siempre ha sido, por suerte, muy parecido a sí mismo, no cayó en ninguna arenga política en tiempos más dedicados a problemáticas del corazón. También en aquel festival llegaría con algo de atraso el argentino Miguel Mateos, quien abducido por Miami, se orientaba a las discotecas con su “Obsesión”.
En 2007, con el término “rock latino” ya albergado más en el recuerdo emocional que en las enciclopedias musicales, Gustavo Cerati diría “hace 20 años estuve aquí mismo y tocábamos este tema” antes de arremeter con unas de las pocas concesiones a su pasado lejano, “Juego de Seducción”. Alguna lágrima escarmenada y con mocasines debe de haber salido entre el público en ese momento.
Fuente / Foto: http://culto.latercera.com/2019/02/28/rock-latino-festival-vina/#
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