Cada viernes, en un pedazo de acera de la ciudad de Kut bañada por el río Tigris, Jaled al Atbi y el puñado de actores aficionados de su compañía se apropian de la corrupción y otros problemas sociales que sacaron recientemente a las calles a miles de iraquíes.
El objetivo de esta pequeña compañía teatral, nacida hace menos de dos años, es sacar a la luz las peculiaridades de los dirigentes del 12º país más corrupto del mundo, pero también ofrecer una cita cultural a los habitantes del sur agrícola y tribal del país.
“El teatro es un mensaje”, explicó a la AFP Jaled al Atbi, de 42 años, director y a menudo también actor de la troupe. “Con nuestras sátiras denunciamos lo que consideramos negativo, como la corrupción, la falta de servicios públicos y las tradiciones tribales”, que conducen a conflictos a veces mortíferos.
Los sobornos, el despilfarro del Estado, la atribución de cargos de funcionario por políticos clientelistas, son algunos de los problemas que Jaled y sus amigos, como la gran mayoría de los iraquíes, dicen sufrir a diario.
Para satisfacer las necesidades de su esposa y de sus dos hijos, el propio Jaled terminó por resignarse a ingresar en la policía, al no poder conseguir uno de los anhelados puestos de funcionario tras sus estudios de magisterio.
Contar la verdad
En el sainete de este viernes, encarna a un funcionario de la administración forzado a formar equipo con colegas incompetentes, pero nombrados porque son miembros de partidos influyentes.
En el círculo de curiosos que se forma en torno al “escenario” -una mesa en la que está sentado Jaled y un poco de espacio alrededor-, las miradas son atentas y las sonrisas o muecas parecen un reflejo de los recuerdos de la relación de cada uno con la administración pletórica y burocrática.
“Nuestro público es muy receptivo porque sabe que lo que contamos es verdad”, asegura Jaled, cuya compañía consta de siete actores, entre ellos una mujer.
El grupo recibe a veces insultos y críticas, sobre todo en las redes sociales: “¡Exageran!” o “¡Cesen de insultar a los partidos y los dirigentes!”, cuenta Jaled.
Abu Alí, un maestro de 48 años que no se pierde ninguna representación, cree que con estas obras “se puede interpelar a los dirigentes y solucionar problemas sociales”.
Desde finales de 2016, el grupo puede presumir de varios éxitos.
Gracias a sus representaciones, el ayuntamiento tuvo que lidiar con el problema de los desechos en Kut, donde ahora hay una recogida de basuras regular y la ciudad está mucho más limpia, explican Abu Alí y otros habitantes.
Pero lo que la troupe trae cada viernes es un desahogo.
Porque los espacios de expresión cultural son escasos en Kut, capital de la provincia de Wasit fronteriza con Irán, como señala Karim al Bahadli, que viene a declamar cada viernes su poesía.
“Soplo de aire fresco”
Rebautizado “Calle de la cultura del Tigris”, este rincón de Kut en el que jóvenes libreros ofrecen sus obras en un puñado de mesas es el único “soplo de aire fresco” para “la gente de cultura de la provincia de Wasit”.
Aquí, continúa este peluquero cuarentón, “expresan sus sentimientos”. Un proceso necesario, estima, para los “iraquíes que no pueden más” en un país devastado por conflictos repetitivos desde hace casi 40 años.
El hartazgo adquirió en los últimos tiempos proporciones que parecen haber preocupado a las autoridades. Tras años de guerra, las reivindicaciones sociales aumentan en un país minado por el desempleo y la pobreza.
Miles de iraquíes han desfilado en numerosas ciudades del sur contra la corrupción y la mala gobernanza, temas que la pequeña compañía de Jaled ya había escenificado.
Antes de las elecciones legislativas del 12 de mayo, recuerda Jalal al Shati, actor el viernes y periodista el resto de la semana, la troupe registró “su mayor éxito”.
En una obra, Jaled, Jalal y los demás se burlaron de políticos imaginarios, uno que prometía el paraíso a sus electores, otro establecimientos de bebidas bien surtidos, cuenta este hombre de 46 años a la AFP.
Por supuesto, no citaban ningún nombre. Pero el aire entendido del público parecía indicar que todas las historias estaban basadas en hechos reales. Y que cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, no es pura coincidencia.
Foto: Ahmad Al-Rubaye | AFP
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