Los libros, los documentales y los especialistas subrayarán por décadas que David Bowie transformó múltiples dimensiones de la música popular con su soberbia discografía y con un estilo que tenía al cambio como única brújula.
Pero la síntesis de todo aquello conforma algo mucho mayor: toda su carrera, desde el inicio hasta el adiós definitivo, se puede traducir como una serie de lecciones y valores aplicables a la vida misma.
*La persistencia
El inglés constituye un caso único en la historia del pop.
Antes de su primer gran hit en 1969, ya acumulaba cerca de ocho años intentando ganar un espacio, siempre empujando una carrera que no lograba dar en el blanco, con cambios de nombre artístico, la salida de al menos trece singles que nunca pegaron demasiado, la formación de siete u ocho bandas fugaces y la rotación de mánagers que no sabían cómo demonios convertirlo en un éxito.
Pero él, pese a los fiascos y la indiferencia, estaba convencido: en algún momento alcanzaría la victoria y el estrellato. Hasta que llegó la encantadora melancolía de Space oddity y la confirmación de una identidad musical que luego le valdría el éxito definitivo. El trabajo, la paciencia, la voluntad y no desplomarse ante la derrota habían dado resultados.
Probablemente ni antes ni después ha existido en la música popular una figura que, tras demorar tantos años en conseguir la gloria, no sólo disfrutara de un fenómeno mayúsculo, sino que también se inmortalizara como el número uno de su generación.
*¿Ser segundo es perder?
Hay una frase del “camaleón” que es tan lúcida como provocadora: “No me importa ser el primero. Lo importante es ser el segundo”.
En un mundo exitista, ¿cómo se explica aquello? Fácil: Bowie no creía que sólo los pioneros merecían un lugar en la historia. Él postulaba que el verdadero mérito estaba en coger las influencias de quienes ya lo habían hecho antes –en su caso, T. Rex, Mick Jagger, The Velvet Underground o el actor Anthony Newley-, admirarlos en su justa medida y después transformar ese flujo en un rompecabezas propio.
De hecho, ahí aparece otra de sus mejores frases, incluso más afilada que la primera: “la autenticidad está sobrevalorada”.
El concepto también supone una segunda lectura. En particular en la música, su propia dimensión creativa y transformadora a veces hace que nadie recuerde a quienes lo hicieron primero. Va otro ejemplo de alguien que lo hizo después de los pioneros y que terminó cambiándolo todo: Elvis Presley.
Bowie parecía contradecir con años de ventaja aquello que Miguel Bosé -el artista hispanohablante que mejor replicó sus modales- cantaría en los 80, en esa apología al top one difundida en Voy a ganar: “Ser tercero es perder/ ser segundo no es igual/ que llegar en un primer lugar/ Voy a ganar, voy a ganar”.
*No te preocupes: puedes sentirte incómodo
El inglés reivindicó el valor de la incomodidad –en la vida y en el trabajo- como motor esencial para sacudirse del estancamiento y provocar cambios tan estimulantes como enriquecedores. Básicamente, para sentirse vivo.
Sus propios músicos lo destacaban como una lección. “Una vez David me dijo: ‘si estás incómodo como artista, significa que estás en rumbo a algo realmente bueno y es una señal de que estás creciendo’”, recordaba Donny McCaslin, líder de la banda que grabó Blackstar(2016), su último álbum.
*Rompe con el pasado: que la nostalgia no te atrape
Su diversidad camaleónica no era asunto de sentarse en un escritorio para proyectar cuáles serían los próximos pasos. Cuando realmente quería cambiar, la lógica era sepultar el pasado de una vez y modificar un trozo importante de lo que había sido su existencia. Nada de suspiros por lo que ya fue y no volverá a ser.
Así, en cada nueva etapa de su trayectoria se mudaba a ciudades totalmente opuestas, renovaba a todos sus músicos y productores, e intentaba que ese quiebre radical condicionara sus discos.
Dos años después del éxito del álbum The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), concebido en su natal Londres, dejó a toda su tropa para inaugurar un nuevo período en lugares como Holanda y Los Angeles. Ahí despega su era más soul, melódica y “americana”, la que culmina en 1977, cuando inicia su histórico paso por Berlín para despachar una trilogía en las antípodas; inquietante, desolada y fracturada, tanto como la capital alemana de esos días.
*Yo sí me vendo al sistema
El cantante no tenía problemas en asumirlo: era un hijo de su tiempo. Su obra era producto de todas las inspiraciones que estaban dando vueltas.
A fines de los 60, despachó algunas canciones que conectaban con el hippisimo en boga, lo que le valió las críticas de la prensa por poco jugado. En los 70, enganchó con el maquillaje, el sonido de las guitarras y las composiciones épicas, todas marcas de fábrica del rock de esos años. Al finalizar el decenio saltó a la naciente electrónica, y en los 80 salió a competirle al pop bailable de Prince y Michael Jackson.
En todas esas ocasiones, la crítica, los fans e incluso sus pares lo miraron con recelo. Él respondía lo de siempre: hay que conectarse con su época, colaborar con los contemporáneos, presentarse como parte de un momento generacional dispuesto a trastocar las cosas. Si eso significaba el manido reproche de “te vendiste al sistema”, daba igual: un camaleón nunca está para pasar inadvertido.
*Algo de publicidad nunca viene mal
El “duque blanco” apareció en TV mucho antes de ganar fama y, de hecho, mucho antes de ser David Bowie. En 1964, la BBC lo entrevistó como el líder de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Hombres de Pelo Largo. Arriesgado y singular, salvo por un detalle: tal gremio nunca existió. No era cierto, fue parte de su inventiva para adquirir protagonismo mediático.
En 1972, cuando veía que su éxito en EE.UU. no explotaba a la par de Inglaterra, ideó junto a su mánager, Tony Defries, un golpe maestro: se declararía gay en la revista musical más vendida de la época, Melody Maker. Y en portada y en una conversación profunda con el periodista. Era una revelación real sólo a medias.
Ahí, el músico reivindica las mentiras piadosas: ¿quién no ha ocupado alguna treta para embolsarse algo de atención?
*El mundo también es de los discretos
En el nuevo siglo, en plena era de redes sociales, sobreexposición infinita y explotación de la vida privada hasta más allá del decoro, Bowie pareció cambiar de opinión –otra lección: qué importa pensar distinto tantos años después- para entregarse a la tranquilidad sin sobresaltos que entrega la discreción. Esta vez, iba a contramano de los tiempos.
Su disco de 2013, The next day, lo anunció tres días antes de su estreno, cuando todo el planeta lo daba por retirado. No hubo campañas promocionales, conteos en la web, carteles gigantes invadiendo Times Square o Piccadilly Circus. Para su último título, Blackstar, fue igual.
Aún más: para su muerte, el acto final de todo humano, el hasta siempre al mundo que nos recibió, también prefirió el silencio antes que cualquier llamado de alerta o entrevista sollozando por sus penurias de salud. Cuando partió hace tres años, todos quedaron en el suelo por la brutal sorpresa. Para decir gracias y adiós, sólo bastaba mirar de frente a los que más te amaron.
Fuente: https://www.latercera.com/la-tercera-pm/noticia/lo-david-bowie-nos-enseno-no-nada-ver-musica/479061/
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