Por José Orellana, titulado de la Carrera Intérprete en Jazz y Música Popular con especialización en guitarra eléctrica, Instituto Projazz.
Martes 20 de agosto 2019
Al igual que el medio vegetal, el ser humano es medido por el dulzor y tamaño de sus frutos. No todas las cosechas dan el resultado que esperamos, pero cuando damos los riegos, nutrientes, fertilizantes y cuidamos de las plagas la flor se convierte en fruto y nos regala lo mejor de sí.
Corría el año 1917 y Europa vivía la guerra más cruel y sangrienta que ha conocido el hombre. El mundo estaba en caos, lleno de revoluciones tanto tecnológicas como culturales. En San Carlos, una ciudad perdida en el sur de Chile, el jueves 4 de octubre a las once de la noche nació Violeta del Carmen Parra Sandoval, la tercera descendiente del matrimonio compuesto por Nicanor Parra y Clarisa Sandoval.
Nicanor (1887–1939), quien a los 28 años se mantenía soltero, algo muy poco usual para la época, cuando conoció a Clarisa (1889–p.) a fines de 1913 en el pueblo de San Fabián de Alinco.
Nicanor había sido destinado como profesor en el colegio Nº 10 de Niñas, donde Clarisa, recientemente viuda, tenía a sus dos hijas. Parra, profesor de música con buena reputación de guitarrista y cantor, era constantemente invitado a fiestas, bautizos, velorios, matrimonios y todos los lugares donde era necesario tener música para alegrar o consolar corazones.
Once meses después de la llegada del profesor al pueblo, el 5 de septiembre de 1914, nació Nicanor, el mayor de los nueve hijos de la familia Parra Sandoval, el primogénito resultó ser el mentor de Violeta, influyendo profundamente a lo largo de toda la vida y trayectoria de “La Viola”, como él la llamaba.
Fue su hermano mayor quien la motivó a dejar Chillán y partir a Santiago para terminar sus estudios. Cabe mencionar que Violeta estuvo a meses de convertirse en profesora de enseñanza básica. Nicanor fue quien además le enseñó e incentivó a escribir su autobiografía en décimas, y a grabar su primer disco con canciones inéditas previamente seleccionadas por él, en la década del ‘50.
De una conversación en el departamento de Nicanor en calle Mac iver, Violeta entendió y aceptó su misión: salir a recolectar y llevar por todo el mundo las canciones viejas que escuchaba cuando visitaba a sus “tías”, las niñas de Aguilera, en el pueblo de Malloa.
Si bien, su gusto y fascinación por la música fueron evidentes desde pequeña, no es posible considerar a Violeta Parra como una virtuosa del canto o una eximia guitarrista en sus inicios. Al igual que todos, la suma de las experiencias vividas, las personas que la rodearon y con quienes trabajo sumado a la gran cantidad de mitos que giran en torno a su vida la han convertido en este personaje tan icónico y relevante para la cultura chilena, latinoamericana y universal.
En mil años más, gracias a ella, las generaciones venideras sabrán cómo sonaba, vivía y moría Chile y su gente a comienzos del siglo XX. Cuenta la historia que junto a Hilda, Roberto y Eduardo formaron “Los Hermanos Parra”, proyecto que en ese entonces era uno de los tantos grupos que tocaban boleros, rancheras, música española y canciones que estaban de moda. Corrían desde Estación Central a Mapocho y luego a Franklin, para así tocar en la mayor cantidad de locales y fiestas posible, para subsistir en Santiago. Violeta con tan solo 17 años cumplía un papel secundario en la banda, donde solo hacía algunos coros y acompañaba con guitarra. La estrella era Hilda, su hermana mayor.
Lo más relevante de la vida de Violeta es el ejemplo de perseverancia, constancia y lucha por lograr su sueño, incluso en contra de la adversidad. Escuchar y confiar en los que la rodearon y no sucumbir ante las presiones sociales y culturales, demostrando que el ser humano no es el animal más fuerte, ágil y grande de la tierra pero sí aquel que más se logra adaptar a los cambios.
Para conocer más en profundidad a Violeta Parra recomiendo el libro “Después de vivir un siglo” de Víctor Herrero, publicado en conmemoración del natalicio número 100 de la artista.
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