Finalmente lo logró. Y fue de la única manera que podía ser: en vivo y en directo. Así es como Steve Coleman (1956) grabó su último disco, Live At Village Vanguard Vol. 1 (The Embedded Sets), el mejor destilado de su propio estilo, uno que obedece a la espontaneidad, sin modelos ni recetas. La improvisación en su expresión máxima es una de las piedras angulares del M-Base, movimiento musical que Coleman empezó a desarrollar en los años 80 y que durante los últimos 30 años le hizo crear algunos de los álbumes más influyentes y originales del jazz. La mayoría de ellos, curiosamente, en estudio.
Por eso sólo ese disco, grabado en dos noches de mayo de 2017 en el Village Vanguard de Nueva York y recién lanzado en agosto, podía coronar el objetivo de Coleman: expresar el momento, hacer volar por los aires cualquier ley escrita. Creador autoexigente y curioso, Steve Coleman maneja una serie de conceptos tras sus búsquedas musicales. De cierta manera es un filósofo del jazz, como lo era en su momento su admirado John Coltrane (1926-1967). También como él, desprecia las etiquetas y no le gusta llamar “jazz” a lo que hace.
A Chile viene por primera vez con su grupo Five Elements para tocar en el IV Festival Chile Jazz y presentarse hoy en Concepción, mañana en Valparaíso, el viernes en Santiago y el sábado en La Serena (más información en festivalchilejazz.com).
Lejos del neoclasicismo jazzístico de los hermanos Wynton y Branford Marsalis, el hombre del M-Base (acrónimo de macro-basic array of structured extemporization) no es una taza de té para cualquiera. Su música valora la improvisación bajo los mandatos de excelencia, la incorporación de las experiencias de vida y la mirada al futuro. Su prestigio lo precede y hace cuatro años, el baterista Billy Hart decía de él: “Ha tenido una subterránea influencia en todo el mundo del jazz… es el paso lógico después de Charlie Parker, John Coltrane y Ornette Coleman”.
Desde Nueva York, donde vive hace 40 años, Coleman dice a La Tercera que no tiene claro qué tocará en Chile. “No sé exactamente cómo va a ser el show. No tenemos listas de canciones, no sabemos qué va primero, segundo ni nada por el estilo. Todo es espontáneo. Tocaremos probablemente temas de mis últimos discos, pero aún así nunca van a sonar como en el estudio; eso es seguro”.
¿Cómo enfrenta una actuación?
Es como tener una conversación. Podemos tener un diálogo hoy, pero no sé de qué vamos a hablar. No hay ningún guión escrito. Subir al escenario es más o menos así: tocamos de acuerdo a como vaya respondiendo la audiencia, a cómo se sienten los músicos, a la temperatura del día, etcétera. Obviamente toco con músicos profesionales y, por lo tanto, siempre hay un nivel muy alto desde el que partimos.
¿Se plantea objetivos antes de grabar?
Siempre he intentado capturar el momento y dejarlo cristalizado en un álbum. Nuestro último disco fue grabado en vivo y por supuesto ahí todo fue más fácil. Sin embargo, en los estudios es difícil. Tengo cerca de 30 álbumes y me cuesta mucho escuchar los primeros: no lograba el sentido de la novedad que creo tienen los recientes. Mi favorito siempre es el último. Veo mi carrera como un constante camino hacia capturar la espontaneidad. Mi principal objetivo como músico es expresar el momento. No es entretener ni hacer lo que llaman jazz ni M-Base, ni como quieran decirle. La meta es transformar lo que hago en un lenguaje.
¿Qué opina de quienes tocan al viejo estilo como Wynton Marsalis?
Es una cuestión de personalidad. Algunos son más conservadores, otros más arriesgados. Es como en la política. Hay quienes quieren cambiarlo todo y están los que prefieren que las cosas sigan igual. Yo soy muy curioso, me gusta experimentar y hacer cosas nuevas. Siempre he querido contribuir a la música y empujar las cosas hacia adelante. Toda la gente que admiro ha ido hacia adelante y ha cambiado la música. Después de John Coltrane, McCoy Tyner o Duke Ellington las cosas ya no fueron las mismas.
¿Miles Davis también?
Sí, claro. Pero todos eran una minoría. La gran mayoría, es decir el 95 por ciento de los músicos sólo tocan lo que hace el resto o repiten el pasado. Lo mismo pasa con los escritores o los pintores: probablemente sólo un 5 por ciento busca algo nuevo. Y ha sido así durante toda la historia de la humanidad. No creo en ese mito de la edad dorada del jazz. Si lees las entrevistas de la época de Coltrane, te das cuenta que para ellos lo mejor era lo anterior. Y antes de Coltrane, pensaban lo mismo. Nadie en su era dice “esta es la mejor época de la historia de la música”. Siempre nos quejamos de la época en que nos tocó vivir: Charlie Parker también se quejaba y antes de él Beethoven y Bach.
¿Cuáles fueron sus influencias?
Mi padre escuchaba a Charlie Parker, Sonny Stitt, Ray Charles o Count Basie, y mi madre se decantaba más por las cantantes, Nancy Wilson, Dinah Washington, Sara Vaughan. Mis hermanas, que eran cinco o seis años mayores que yo, escuchaban música del sello Motown, pero también a Funkadelic, Parliament y Jimmy Hendrix. Y mi hermano sólo escuchaba dance. Y yo absorbí todo. Era el soundtrack de mi vida. Pero no era consciente de lo que significaban. Mucho después, a los 17 años, me di cuenta quién era realmente Charlie Parker, el maestro de la improvisación y la libertad. O John Coltrane, que también tuvo mucha importancia para mí. En Chicago vi mucho a saxofonistas como Von Freeman, Bunky Green o Sonny Stitt. Von Freeman fue la mejor escuela para mí: tocó con Charlie Parker, hizo música con Coltrane y también con Lester Young. Aprendió a tocar con ellos. Yo lo iba a ver invariablemente tres veces a la semana en locales del sur de Chicago. Y gratis.
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