“El arte de escuchar”: la vida a través de la música
A quienes les gusta el fútbol “sin límite y medida” no les alcanza con ver el partido, también están atentos a las conferencias de prensa, las entrevistas, los comentarios de cada gol, las estadísticas, el análisis después del partido, el pasado, presente y futuro del juego, dice Roberto Herrscher (Buenos Aires, 1962). Pero este artículo no es de fútbol sino de música clásica. La pasión hacia el deporte es el ejemplo perfecto que utiliza este periodista en la introducción de su libro, El arte de escuchar (Edicions de la Universitat de Barcelona, 2015), para explicar que “el arte es una conversación sin final”; y en su caso es una sobre música.
El libro comienza en Bogotá, junto a un grupo de alumnos de un curso de periodismo musical que él fue a dictar a la Universidad de los Andes en 2015. Allí viajó en Transmilenio, le dio dinero a un músico que con un arpa tocaba El pájaro chogüí, una melodía paraguaya, y después de dos horas de recorrido llegó al Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. El objetivo era asistir con sus estudiantes a un concierto del director de orquesta Gustavo Dudamel —Sinfonías 1 y 2 de Beethoven—. Disfrutar, sentir la música y pensar en cómo transmitirla.
Del concierto dijo: “Las cuerdas suenan robustas y flexibles; las maderas, dulces y precisas; los metales vigorosos”. Una descripción que me suena a la de un vino, pienso; qué bueno haber podido hacer ese curso. Él actualmente vive en Chile y es profesor y director del Diplomado de Narrativa de No Ficción de la Universidad Alberto Hurtado, cronista y crítico de ópera. Mientras se programa otro de sus talleres podemos escuchar una clase suya en los podcasts de Conversaciones 070 y leer algunos de sus textos en su blog de El Boomeran(g).
Herrscher me cuenta por escrito que es hincha de dos equipos de fútbol por afectos cercanos, que nada tienen que ver idearios territoriales o grupos de amigos: “Soy del River, en Argentina, porque mi papá es del River y me llevó a la cancha de chico. Y soy del Barça por mi hijo, que encontró en el club de su ciudad de adopción la forma de ser barcelonés y pertenecer con sus amigos y compañeros. A mí, personalmente, no me afecta si ganan o pierden. Me importa la alegría o tristeza de mi papá y mi hijo”.
Entonces llegan a la memoria las imágenes que aparecen en la introducción de El arte de escuchar. Herrscher es un niño y está en el carro de su padre, en donde no se contagió de fútbol pero sí de música clásica. Allí, en un Chevy celeste, escuchaban a Bach, Mozart, Beethoven y Schubert en Radio Nacional. En ellos encontró “la armonía, la paz, la idea de que el mundo tenía un sentido”. También oían folclor argentino, a Atahualpa Yupanqui, a Mercedes Sosa: él solo llegó al tango; después, con sus amigos, al rock, a la música brasileña, al jazz, a la ópera. Sobre músicos colombianos me dice que resalta a dos que lo emocionan y lo impactan: el clavecinista Rafael Puyana, por su música grabada, y de la generación actual, el director de orquesta Andrés Orozco.
Al día siguiente, después del concierto al que asistió junto con sus alumnos en Bogotá, leyeron un perfil de Dudamel escrito por Julio Villanueva Chang y una crítica de Juan Ángel Vela del Campo, y surgió la pregunta más importante del curso: “¿Para qué escribir sobre música?, ¿tiene sentido decir algo más, después de ver una obra que nos conmueve y nos transforma?”. Herrscher dice al respecto que sucede igual con la literatura, teatro, pintura, cine, y se plantea si quizás bastaría con un “vayan a verla”, o confiar en el criterio de críticos especializados cuando digan todo lo contrario. Concluye que si no queremos leer sobre lo que vamos a escuchar o lo que acabamos de ver es porque fue un menor y banal entretenimiento, pues “el arte bueno debe dar de qué hablar”.
La vida del artista nos ayuda a entender mejor su música, y en su libro leemos, por ejemplo, sobre Plácido Domingo, Calixto Bieito, Jordi Savall, Piazzolla. También utiliza el viaje como forma de conocimiento y vamos con él al festival wagneriano de Bayreuth, a Cuenca, a Sevilla, a La Coruña. Conocemos la historia del incendio del Liceu de Barcelona y asistimos a conciertos de los pianistas Maurizio Pollini y Lang Lang, y estos son sólo algunos ejemplos del contenido del libro.
Es cierto que lo que queremos hacer después de disfrutar de algo que nos gusta mucho es no quedarnos con esto adentro, sino todo lo contrario, contar lo que pensamos sobre el tema, discutir, aprender, vivir. Entender a quiénes y cómo lo hicieron.
Entonces tiene todo el sentido escribir sobre música, y más aún leer sobre ella. Disfrutar de El arte de escuchar y compartir este libro porque la conversación apenas comienza.